lunes, 4 de febrero de 2008

Alma de maestro

No sé cuándo me nació el gusto. Quizá fue por necesidad, o quizá por la sensación de poder que yo suponía me daría estar frente a un grupo de gente y enseñar. Sea lo que haya sido, mi gusto por la enseñanza comenzó desde pequeño. Cuando tenía escasos 13 años le daba clases de programación BASIC y de MS-DOS a un vecino, un Ingeniero Mecánico que ya no quiso pagar sus clases de computación y me pidió que le enseñara BASIC (gratis, por supuesto, recuerden que no quería pagar). Tiempo después, ya con otra perspectiva, entré a una empresa a dar clases de computación; comencé como instructor, pero la empresa creció y tuve que entrevistar y contratar a más jóvenes que quisieran ser instructores; y ya con más instructores fui el Coordinador Académico, y apenas tenía 18 años (me tocó hacer planes de estudios, manuales, ejemplos didácticos y capacitar a los instructores... todo un reto). En realidad comencé como "instructor emergente", pues el que había sido contratado originalmente avisó un día antes de comenzar las clases que mejor no, que no iría, así que siendo el siguiente en la lista, fui reclutado y dejado frente a un grupo sin que mi nuevo jefe supiera qué esperar de mi (fue muy valiente, lo admito). Creo que me fue muy bien, porque después de la clase me dijo: "excelente: te quedas", pues recibió buenos comentarios. Poco después ya daba incluso algunas clases particulares y le enseñaba a la gente a aprovechar al máximo sus computadoras, que en ese tiempo se vendían como si fueran reproductores de CDs, porque sólo para eso las usaban. Tuve varias experiencias enriquecedoras (también algunas amargas, pero eso ya no importa) y conocí a algunas personas interesantes que fueron mis alumnos: varios empresarios (algunos buenos negocios salieron de mi salón de clases, créanme), varios actores de telenovelas y comerciales, y hasta un futbolista del Necaxa. El último lugar en el que he dado clases es una empresa especializada en capacitación en redes, telecomunicaciones y programación, y creo que no lo hago tan mal, porque me siguen invitando para dar cursos :-D. Caray, ahora que lo pienso creo que ya llevo muchas horas de vuelo.

No puedo dejar de mencionar que también doy clases de música de forma voluntaria y que ha sido para mi un enorme reto enseñar a tocar un instrumento musical a un grupo tan grande de jóvenes en la iglesia a la que asisto, todos ellos con diferentes niveles de habilidad, pero con algo en común: mucho entusiasmo y deseos de aprender. Con ellos no tengo ninguna ganacia económica, sólo la alegría de verlos progresar y aprender.

No me intimida exponer ante un grupo grande, o pequeño, ni tampoco ante gente que sabe más que yo, porque si estoy frente a un grupo es porque yo sé algo que ellos seguramente no saben, y esperan que les enseñe, y también porque he aprendido que la confianza y el entusiasmo se transmiten, al igual que el miedo y la inseguridad, y lo que un maestro muestra influye en el estado de ánimo de los que son enseñados por él y, por consiguiente, en el resultado de su enseñanza. No sé si existe alguna "fórmula del éxito para el instructor", pero sí sé que hay una segura para el fracaso: ser soberbio y sentirse superior a los demás. Pienso que, independientemente de ser experto en algún área y tener un sinfín de conocimientos, la humildad es la llave para ganar empatía con los demás. Por cierto, la sensación de poder de la que hablé al principio nunca la tuve... más bien era como una sensación de no-poder. :-D

En mi opinión, la mayor recompensa que puede tener un maestro no es material. No se puede describir la satisfacción que se siente al ver la expresión de alguien que acaba de aprender algo nuevo o que no entendía, como si encontrara un tesoro, o la luz en un lugar obscuro. Pero hay algo más, porque el que enseña, también aprende. Aprende cada vez que prepara su clase, y aprende cada vez que la explica o responde alguna pregunta, pero también aprende de sus alumnos, pues cada uno representa una opotunidad de trascender y cada uno, en su diversidad, nos muestra los diferentes matices que puede tomar esta vocación. Por cierto, este foro está abierto por si algún alumno o ex-alumno mío quiere agregar algo, ¿de acuerdo?. Se aceptan comentarios, por duros que sean. :-D

A quienes han sido mis maestros en algún momento, no sólo en una escuela, sino también en la vida diaria, les doy las gracias: a los buenos maestros porque su experiencia transmitida se ha convertido en mi experiencia, en mi conocimiento y en mi motivación; y a los maestros "no tan buenos" también les doy las gracias, porque su falta de conocimientos, su apatía y su carencia de técnicas didácticas me han obligado a investigar por mí mismo y con mayor esfuerzo lo que deberían haberme enseñado y no hicieron. De cualquier modo, he salido ganando.

En fin, de una u otra manera he estado involucrado en la enseñanza y, aunque no soy maestro de profesión, me gusta compartir lo que sé, por eso pienso que, en el fondo, quizá tengo alma de maestro.