sábado, 3 de octubre de 2009

Sólo se vive una vez

Narración por Romeo Sánchez.

Matilde nunca había estado a obscuras tanto tiempo. En su mente sólo escuchaba su propia voz diciendo: “¿por qué a mi?”, mientras el dolor en su abdomen se hacía cada vez más intenso. No sentía las piernas y creía que de un momento a otro perdería el conocimiento. Apenas unas horas antes todo era alegría en la fiesta de despedida que le organizó Laura, su mejor amiga, quien le suplicó que no se fuera, que se quedara, pues ya era tarde, pero ella insistió en irse. Repasaba en su mente cada escena, tratando de no desmayarse, aunque el frío de la noche, la lluvia y el intenso dolor la hacían más vulnerable. Sólo quería que esa pesadilla terminara ya y que todo fuera como antes; al día siguiente ella saldría de viaje y comenzaría una nueva etapa de su vida, de la vida que ella había imaginado al lado de Esteban. “¡Esteban!” –Alcanzó a decir con una voz apagada, apenas audible incluso por ella misma –, “¿Dónde estás? Tengo frío”.

Esteban no respondía. No podía escucharla. Su rostro contra el asfalto, mojado por la lluvia que se mezclaba con su sangre, apenas era reconocible. Había estado inconsciente ¿una?, ¿dos?, quizá tres horas, no podía saberlo. Incluso ahora no podía pensar cabalmente, pues era como si un intenso fuego lo quemara por dentro y no lo dejara respirar. “No lo vi…, no lo vi”, se repetía una y otra vez. Su lucidez volvía por momentos, por instantes en los que recordaba esa cara despreciable; un segundo le bastó verlo para tenerlo en su memoria como una cicatriz indeseable; sólo un segundo antes de ser embestido por aquél automóvil sin luces; un solo segundo para ver su vida deshecha; “¿qué es un cirujano sin su mano derecha?”, “¿cómo poder ofrecerle a Matilde…?”, “¿¡Matilde!?” –gritó con fuerza, mientras trataba de incorporarse, buscando a Matilde angustiosamente con su mirada nublada, en la obscuridad de la noche. A lo lejos escuchó el ulular de una sirena, cuyas luces iluminaron lo suficiente para verla: ahí estaba, tendida, inerte; se había ido y, con ella, sus sueños, su vida entera. Ahora la lluvia y la sangre también se mezclaron con sus lágrimas.

Fernando se levantó temprano. Muy temprano, considerando que era domingo, y que la noche anterior prácticamente se bebió el bar entero. “¡Déjanos algo, Nando!, ¡es para todos!”, le decían sus amigos mientras reían y alardeaban sobre quién era el que más había bebido y que permanecía de pie. Fernando se consideraba a sí mismo un bebedor social, pero la realidad era que cuando estaba con sus amigos no le importaba nada más, pues para él lo importante era disfrutar de la vida, sin importar las consecuencias; “sólo se vive una vez”, decía cada vez que se decidía a ir a una reunión, de esas que terminan en un estado de amnesia como la que esa mañana experimentaba. “¿Qué pasó anoche? No me acuerdo de nada, ¿…a qué hora estará listo el café?”, pensaba mientras abría el periódico sin mucho ánimo, con la cabeza a punto de estallarle, al tiempo que la cafetera despedía su peculiar aroma. Inmerso estaba en sus todavía adormilados pensamientos, cuando leyó la nota:

“Trágico accidente segó la vida de una pareja que caminaba por el Parque Central esta madrugada al ser atropellados por un automóvil, cuyo conductor huyó dejando a la pareja agonizante en el asfalto. Los paramédicos encontraron sin vida a la joven Matilde Ruiz, de 24 años, con múltiples fracturas y lesiones internas. El joven Esteban Jiménez, de 26 años y estudiante de medicina según refirió antes de perder el conocimiento, fue trasladado al Hospital General, pero había perdido mucha sangre por haber sufrido la amputación de un brazo durante el accidente y falleció en la ambulancia. Los paramédicos que lo atendieron comentaron que el joven alcanzó a mencionar que el automóvil que los arrolló no tenía luces delanteras. La policía inició ya las averiguaciones, pero dicen no tener pistas suficientes para dar con el paradero del conductor”.

"Qué triste historia, –pensó Fernando, mientras le ponía azúcar al café y daba vuelta a la página para buscar la sección deportiva –, pero ¿quién les manda a estar caminando a altas horas de la noche por el Parque Central, con lo peligroso que es? Nunca falta algún ebrio inconsciente. Ni modo, ya les tocaba que se les apagara la luz… ¡la luz!, ¡tengo que arreglar las luces del carro que llevan tres días sin funcionar!, porque mañana es puente y esta noche hay reventón… al fin y al cabo, sólo se vive una vez. ?"

Romeo Sánchez

miércoles, 3 de junio de 2009

Naomi Yamile, mi pequeña escritora


Fue la niña más esperada de 1998. Es mi primogénita y una de las herederas de mi legado, si es que tengo alguno. Ella nació un domingo por la tarde, en la colonia Roma, en la Ciudad de México. Los chocolates me tomaron por sorpresa, pues habíamos pensado en todo: el hospital, cómo pagar la cuenta y a la doctora, su primer nombre, su segundo nombre, ...todo, menos en los chocolates. Salí corriendo a una tienda cercana y compré todos los "Carlos V" que había, para repartirlos. Su carita es la misma que la de su mamá, y también su mirada. Su llegada representó para mí la mayor alegría en ese momento, y aún hasta este día me sigue llenando de satisfacciones.

Siempre ha mostrado inclinación por la cultura y las artes: aprendió a leer desde los 4 años, y desde entonces se enamoró de la lectura; dibuja, pinta, compite en oratoria, escribe y compone canciones: la letra y la música (no exagero, es verdad); ya comencé a enseñarle a tocar la guitarra, pues un talento así no puede ni debe desperdiciarse: sería un crimen cultural.

Ella ha comenzado a escribir, por voluntad propia, sin presiones de su papá (o sea, yo), y sin ayuda; pueden leer un poco de lo que escribe en http://naomisanchez.blogspot.com/. Le gusta imaginar, hacer planes para cuando sea grande; es una niña soñadora, pero centrada en su realidad; muchas veces, cuando platicamos, me parece que es mucho mayor por la forma en que habla, su vocabulario (¿quién le enseñó todas esas palabras?), la forma tan sutil que tiene para decir las cosas sin herir ni lastimar a nadie, y la manera en que cuida de sus hermanos y hasta de mí. El otro día en la escuela casi lloró cuando todos en su salón la nombraron como "la mejor amiga", porque ella ayuda a quien lo necesita y sus amigas siempre la buscan para que les aconseje, y no cualquiera tiene ese don.

Este próximo viernes la operarán para que pueda oír mejor (no escucha completamente y eso, lamentablemente, lo heredó de mí). Pero su microtia nunca ha sido un obstáculo para que ella destaque, y nunca ha mostrado ni un poquito acomplejada, y eso me hace admirarla porque es pequeña, pero le gusta competir y sobresalir. Yo sé que ella va a lograr cualquier cosa que se proponga (aunque quiera ser chef de cocina, no importa, mientras sea la mejor y disfrute siéndolo), y yo seguiré disfrutando cada uno de sus éxitos como si fueran míos, porque el éxito de un hijo es también el éxito de un padre, así como su dolor también es el mío. A pesar de todo esto, esa característica congénita que compartimos nos ha hecho muy unidos y a mí me ha enseñado a comprenderla mejor.

Esta noche, mientras escribo estas líneas, no puedo evitar que se me salga una lágrima (en realidad, varias): soy igual de sentimental que ella. Daría cualquier cosa por que no tuviera que pasar por una cirugía siendo ella tan pequeña, pero es necesario porque, ante todo, quiero que no tenga limitaciones y que disfrute de la vida con todos sus sentidos bien abiertos, porque ama la vida, la naturaleza, ama a Dios y por todo lo que ella es se merece disfrutar de todo eso.

"Te amo, hija. Sé fuerte, sé audaz. No tengas miedo, aquí estoy."

miércoles, 29 de abril de 2009

Una vez fui niño


Hace tiempo leí un artículo en el periódico donde entrevistaron a algunas personas y les preguntaron qué pensaban que serían de grandes cuando eran pequeños. La mayoría de los entrevistados no se dedican actualmente a aquello que soñaron de niños. Por ejemplo, había un vendedor que de niño quería ser doctor, y una ama de casa que quería ser conductora de televisión. Cuando leí el artículo me puse a pensar en lo que yo quería ser, de grande, cuando era niño. Como casi todo niño, yo quería ser bombero, y de alguna manera lo soy, cuando en mi trabajo me llaman para atender alguna emergencia :-D. También quería ser buzo, pero nunca pude superar mi temor a sumergirme (de sobra está decir que no sé nadar). Cuando salí de la primaria, platicando con mi maestro de sexto grado, él me preguntaba qué carrera me gustaría estudiar. Yo le dije que me gustaba la electrónica y que quería ser ingeniero. Ahora, veintitantos años después, soy ingeniero, aunque no en electrónica.

De niños nos formamos ideales. De niños podíamos soñar, imaginarnos cosas, decir lo que pensamos, actuar sin inhibiciones, jugar toda la tarde, pelearnos y volver a ser amigos en cuestión de minutos, preguntar cualquier cosa y emocionarnos con facilidad.

Entre las cosas que más disfruté cuando era niño, están los paseos a la playa con mis papás, ir en la noche al malecón en Veracruz, subirme a un árbol para leer el 'Selecciones' o cualquier libro comiendo ciruelas; las paletas de hielo de sabores grosella y vainilla, viajar en tren, ir los domingos al kiosko del pueblo a comprar mi cómic favorito y algunas noches al cine, hacer cada dos semanas un viaje de 5 horas en autobús escuchando mi walkman para ver a mis papás, jugar H.E.R.O. en un Atari 2600 (que no era mío, porque nunca tuve uno) al salir de la escuela, ver pasar a aquella niña algunas tardes, acompañar a mi papá o a mi mamá a sus trabajos, hacer dibujos en las hojas de telegramas y en las hojas en blanco de las enciclopedias, los viajes familiares en el carro, escuchar los sones de Oaxaca que mi mamá canta en zapoteco, y muchas cosas más.

No sé qué tanto de aquél niño que fui aún existe en mí, pero cuando juego con mis hijos me doy cuenta de que es bonito ser niño, y que hay cosas que nunca se olvidan, a pesar de los años, y ¡qué bueno!, pues de lo contrario no podría estar a la altura de las circunstancias al jugar con ellos. Uno de mis mayores anhelos es que mis hijos puedan decir algún día: "una de las cosas que más disfruté cuando era niño... era estar con mi papá".

Feliz día del niño.