Matilde nunca había estado a obscuras tanto tiempo. En su mente sólo escuchaba su propia voz diciendo: “¿por qué a mi?”, mientras el dolor en su abdomen se hacía cada vez más intenso. No sentía las piernas y creía que de un momento a otro perdería el conocimiento. Apenas unas horas antes todo era alegría en la fiesta de despedida que le organizó Laura, su mejor amiga, quien le suplicó que no se fuera, que se quedara, pues ya era tarde, pero ella insistió en irse. Repasaba en su mente cada escena, tratando de no desmayarse, aunque el frío de la noche, la lluvia y el intenso dolor la hacían más vulnerable. Sólo quería que esa pesadilla terminara ya y que todo fuera como antes; al día siguiente ella saldría de viaje y comenzaría una nueva etapa de su vida, de la vida que ella había imaginado al lado de Esteban. “¡Esteban!” –Alcanzó a decir con una voz apagada, apenas audible incluso por ella misma –, “¿Dónde estás? Tengo frío”.
Esteban no respondía. No podía escucharla. Su rostro contra el asfalto, mojado por la lluvia que se mezclaba con su sangre, apenas era reconocible. Había estado inconsciente ¿una?, ¿dos?, quizá tres horas, no podía saberlo. Incluso ahora no podía pensar cabalmente, pues era como si un intenso fuego lo quemara por dentro y no lo dejara respirar. “No lo vi…, no lo vi”, se repetía una y otra vez. Su lucidez volvía por momentos, por instantes en los que recordaba esa cara despreciable; un segundo le bastó verlo para tenerlo en su memoria como una cicatriz indeseable; sólo un segundo antes de ser embestido por aquél automóvil sin luces; un solo segundo para ver su vida deshecha; “¿qué es un cirujano sin su mano derecha?”, “¿cómo poder ofrecerle a Matilde…?”, “¿¡Matilde!?” –gritó con fuerza, mientras trataba de incorporarse, buscando a Matilde angustiosamente con su mirada nublada, en la obscuridad de la noche. A lo lejos escuchó el ulular de una sirena, cuyas luces iluminaron lo suficiente para verla: ahí estaba, tendida, inerte; se había ido y, con ella, sus sueños, su vida entera. Ahora la lluvia y la sangre también se mezclaron con sus lágrimas.
Fernando se levantó temprano. Muy temprano, considerando que era domingo, y que la noche anterior prácticamente se bebió el bar entero. “¡Déjanos algo, Nando!, ¡es para todos!”, le decían sus amigos mientras reían y alardeaban sobre quién era el que más había bebido y que permanecía de pie. Fernando se consideraba a sí mismo un bebedor social, pero la realidad era que cuando estaba con sus amigos no le importaba nada más, pues para él lo importante era disfrutar de la vida, sin importar las consecuencias; “sólo se vive una vez”, decía cada vez que se decidía a ir a una reunión, de esas que terminan en un estado de amnesia como la que esa mañana experimentaba. “¿Qué pasó anoche? No me acuerdo de nada, ¿…a qué hora estará listo el café?”, pensaba mientras abría el periódico sin mucho ánimo, con la cabeza a punto de estallarle, al tiempo que la cafetera despedía su peculiar aroma. Inmerso estaba en sus todavía adormilados pensamientos, cuando leyó la nota:
“Trágico accidente segó la vida de una pareja que caminaba por el Parque Central esta madrugada al ser atropellados por un automóvil, cuyo conductor huyó dejando a la pareja agonizante en el asfalto. Los paramédicos encontraron sin vida a la joven Matilde Ruiz, de 24 años, con múltiples fracturas y lesiones internas. El joven Esteban Jiménez, de 26 años y estudiante de medicina según refirió antes de perder el conocimiento, fue trasladado al Hospital General, pero había perdido mucha sangre por haber sufrido la amputación de un brazo durante el accidente y falleció en la ambulancia. Los paramédicos que lo atendieron comentaron que el joven alcanzó a mencionar que el automóvil que los arrolló no tenía luces delanteras. La policía inició ya las averiguaciones, pero dicen no tener pistas suficientes para dar con el paradero del conductor”.
"Qué triste historia, –pensó Fernando, mientras le ponía azúcar al café y daba vuelta a la página para buscar la sección deportiva –, pero ¿quién les manda a estar caminando a altas horas de la noche por el Parque Central, con lo peligroso que es? Nunca falta algún ebrio inconsciente. Ni modo, ya les tocaba que se les apagara la luz… ¡la luz!, ¡tengo que arreglar las luces del carro que llevan tres días sin funcionar!, porque mañana es puente y esta noche hay reventón… al fin y al cabo, sólo se vive una vez. ?"
Romeo Sánchez